No
cabe duda que viajar enriquece nuestra mente y amplia nuestros horizontes,
viajar supone conocer nuevos territorios, costumbres y gentes muy alejadas, a
veces, de nuestro entorno, descubrir otras formas de vida muy diferentes a la
nuestra. A menudo necesitamos huir, escaparnos de la monotonía diaria y
cambiar, aunque sea por un corto periodo de tiempo, nuestros paisajes de
siempre por otros desconocidos. El viaje a veces se convierte en una huida
pasajera pero necesaria. Una de la frase que retoma Gabriel García Márquez “La vida no es la uno vivó, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”.
Hoy en día es más fácil viajar, puede estar al alcance de cualquiera, aunque los nuevos tiempos y la globalización hace que muchos lugares vayan perdiendo su identidad y unas ciudades se parezcan mucho a otras a pesar de que las separen miles de kilómetros. Pero, aun así, vivimos en un planeta inmenso en el que nunca llegaremos a conocer lugares paradisíacos o culturas muy distantes a la nuestra, existentes en diferentes rincones del planeta, reductos que aun viajando cada día no llegaríamos nunca a descubrir. Viajar tiene algo de aventura, cuando lo haces dejas atrás tu zona de confort y te adentras hacia lo desconocido, hacia lo ajeno, exploras lugares y rincones que no te pertenecen.
“Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a
perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable, tus amigos, tu
casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más
esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas
aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal”
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